A veces despertamos en mitad de la noche, despertamos de una pesadilla y volvemos al mundo real, sin los peligros y miedos que nos acechaban en una pesadilla.
Otras veces, sin embargo, sucede al revés. Despiertas de un sueño, de algo maravilloso que ansías y persigues con todas tus fuerzas, durante mucho tiempo, quizá demasiado y, de repente, te das cuenta de que tu vida real no es tu sueño, te das cuenta de que lo que te espera en la vida real es, en realidad, una pesadilla. Porque no hay nada peor que perder de golpe todo lo que quieres. Esa es la peor de las pesadillas.
Pero, qué más da. El caso es que en un instante, todo se rompe. Los sueños son como jarrones de fina porcelana china, bellos, delicados, y quizá, inalcanzables para algunos.
Cuando estamos soñando, la mayor parte del tiempo no somos conscientes de que lo hacemos, no somos conscientes de que no estamos viviendo la realidad, sino una quimera pasajera. Pero hay fases del sueño en las que empiezas a dudar, que estás en un estado de semi-consciencia y te planteas que quizá aquello no sea del todo real. Pero es un sueño. Es tu sueño, y eso es lo que más deseas, y luchas por él, incluso aun sabiendo en algún pequeño rincón de tu ser que es un sueño imposible. Pero luchas, luchas y luchas hasta la extenuación, hasta que no puedes más, hasta que no tienes fuerza para más. A veces, incluso, luchas más allá de tus posibilidades.
Pero cada vez estás más despierto, más consciente, y aunque quieres negar la evidencia, aunque no quieres dejar escapar ese sueño, tu sueño, te das cuenta de que cada vez es más difícil. Y te vas despertando, poco a poco, y como en una escena a cámara lenta ves como ese delicado jarrón va cayendo. Y aunque intentas agarrarlo antes de que sea demasiado tarde, se te escapa, se te escurre de los dedos y se precipita contra el suelo sin remedio.
Y entonces despiertas. El ruido del precioso jarrón al caer y romperse en mil pedazos te devuelve a la dura realidad, de golpe, como lo haría una inesperada bofetada. Y te quedas mirando, con cara de tonto, tu jarrón. Ese jarrón que representaba todo lo que deseabas, todos tus sueños, tus ansias de felicidad. Podrías prescindir de todo lo demás, pero no de ese jarrón, no de tus sueños. Pero ya no hay nada que hacer. Se acabó. Está roto.
Y tú estás sin fuerzas, y solo miras los miles de pedazos esparcidos por el suelo, los sueños rotos.
15 de julio de 2008
SUEÑOS ROTOS
13 de mayo de 2008
ANGUSTIA
Me despierta el estruendo de un trueno retumbando en mi cabeza.
No sé dónde estoy. Tengo los ojos cerrados. Pero estoy mojado. No. Estoy empapado, calado hasta los huesos. Llueve, diluvia, y noto la lluvia golpear mi cuerpo. Siento frío. Estoy agachado, en cuclillas, abrazándome las piernas con mis brazos mientras la lluvia baña mi cuerpo, desnudo. Nada me cubre, nada me protege.
Oigo el sonido de la lluvia al golpearme, al golpear las hojas de los árboles, al caer con fuerza en los charcos. No se escucha nada más, ni un solo ruido. Nada.
Entonces intento gritar, pero tampoco puedo. Abro la boca, pero de mi garganta no sale ni siquiera un grito ahogado. Y lloro, lloro de rabia y de impotencia, porque soy incapaz de llorar con lágrimas. Estoy inmóvil.
Dentro de mí solo siento como si alguien hubiera metido la mano en mi cuerpo y me estrangulara el estómago, dificultando mi respiración.
Abro los ojos y veo dónde estoy. Es un minúsculo claro de un frondoso bosque. Estoy rodeado de árboles inmensos que impiden ver más allá, de frío, humedad y oscuridad.
Solo me acompaña la angustia de saberme así, solo, desprotegido, indefenso e inmovil.
8 de mayo de 2008
ANTÍDOTO
Hay días que amanecen maravillosos. Nos levantamos contentos, puede que incluso demasiado. Todo es de color de rosa, todo nos hace sonreír y somos capaces de hacer sonreír a cualquiera. Nos sentimos en la cima del mundo, estamos juguetones y bromeamos con todos. Simplemente es el día perfecto, como si tuviéramos superpoderes y fuéramos inmunes a todo.
Pero a veces, de repente, algo pasa. Puede que sea algo importante, o puede que sea una tontería. Pero en un momento dado algo nos entra por la vista, por el oído, por el tacto, por el olfato, o por el gusto. Puede incluso que nos entre por todos los sentidos a la vez, y quizá sea por eso mismo que recorre todo nuestro sistema nervioso sacudiéndonos hasta llevar eso hasta algún lugar de nuestra alma y... ¡zas! Todo lo rosa se vuelve negro, de repente, sin aviso, sin alarmas. Simplemente ocurre. Todo se oscurece, todo cae, arrastrándonos a nosotros al abismo.
Y cuando eso ocurre realmente es una mierda (y perdón por la palabra), pero tú estabas de coña, en la cima del mundo, riéndote de todo, y de repente bajas de golpe pero no a tierra firme, sino al subsuelo, a una sima profunda y oscura de la que no sabes ni cuándo saldrás, ni cómo lo harás.
Cuando eso pasa, te sientes impotente, no sabes qué hacer.
Pero creo que hay algo peor, y es cuando alguien a quien quieres está en esa situación. Eso es mucho peor, la impotencia es aun mayor. Porque da igual lo que les digas, da igual lo que intentes, que no eres capaz de paliar su dolor, su pena, o su estado de ánimo, a veces incomprensible. Otras veces sí lo comprendemos, pero ni siquiera así somos capaces de ayudarles.
Es quizás, en esas ocasiones, cuando me gustaría tener un antídoto, una cura, algo. Cualquier cosa que sea capaz de ayudar a esa persona que queremos y que está así de triste. Algo que les ayude a llorar, o a sonreír.
Si encuentro ese antídoto, lo guardaré como un tesoro en mi botiquín para poder dártelo cuando lo necesites.
26 de abril de 2008
23 de abril de 2008
SANT JORDI
Tomás se baja del metro en Plaza Cataluña e intenta abrirse camino entre la muchedumbre que inunda la estación. Sube por las escaleras mecánicas de la salida que da a las Ramblas y allí se deja engullir por la avalancha de viandantes que disfrutan, un 23 de abril más, del encanto especial del día de Sant Jordi en Barcelona.
Se deja arrastrar por la marea humana, respirando el embriagador aroma a rosas que flota en el ambiente. Camina Ramblas abajo, entre la gente, parándose en algunos puestos, hojeando los libros que llaman su atención.
A su paso por la Boquería, decide cruzar y adentrarse en el mercado. Los variados colores de los puestos de frutas le reciben como un original arcoíris, y decide comprar allí mismo un zumo de frutas tropicales. Da un paseo por el mercado mientras sorbe el zumo a través de una pajita y sale de nuevo a la calle.
Retoma su paseo Ramblas abajo, caminando despacio y con dificultad entre la muchedumbre. Frente al Liceu, se para en otro de los puestos de libros, echando un vistazo hasta que ve uno que le gusta y decide comprarlo. Al girarse, una adolescente le dice: "¿Quieres una rosa para tu novia? Es para el viaje de fin de curso". Tomás sonríe melancólicamente a la chica, y se queda mirando las rosas que ella sostiene, hasta que una atrae su atención.
- Ésta -dice, señalando la elegida.
Tras el agradable paseo por las Ramblas, Tomás llega a los pies de la estatua de Colón y cruza la calle hasta llegar al puerto. Un grupo de turistas baja de una de las golondrinas que acaba de atracar en el puerto. Un par de críos se persiguen, jugando, y Tomás tiene que pararse en seco para no atropellarlos. Deja a un lado la pasarela de madera de teca que lleva al Maremágnum y camina por el parque contiguo, buscando un banco libre para sentarse. Sin embargo, todos se ven ocupados por grupos de amigos, ancianos, o parejas disfrutando del soleado día de primavera.
Se para junto a un banco donde, en un extremo, está sentada una chica sola, leyendo con interés un libro.
- Perdona, ¿te importa que me siente? Todos los demás bancos están ocupados.
Ella levanta la vista del libro y lo mira con aire despistado.
- Claro, siéntate, -asiente- hay sitio para los dos –dice, y vuelve a su lectura, disponiéndose a devorar las últimas páginas del libro estaba leyendo.
Tomás musita un "gracias" y se sienta en el banco. Coloca cuidadosamente la rosa que ha comprado sobre sus rodillas y coge el libro que acaba de comprar. Acercándolo un poco a su nariz, lo abre escuchando el leve crujido de las pastas nuevas, dejando que las páginas se separen unas de las otras y que el olor a libro nuevo le impregne la nariz. Busca la primera página y comienza a leer, abstrayéndose de todo lo que le rodea.
Al cabo de unos minutos, ella observa la rosa en las rodillas de él y, señalándola, dice:
- Has escogido bien. Mucha gente no sabe escogerlas, la mayoría de las veces las rosas están ya a punto de marchitarse o apenas han empezado a abrirse, pero ésta está en su esplendor. Es preciosa.
- Gracias. Tienes razón, es perfecta.
- A tu novia le encantará. ¿Has quedado aquí con ella?
- ¿Eh? No, no. No he quedado con nadie –Tomás baja la cabeza mientras la frase muere en un hilillo de voz.
- Oh, perdona, no quería ser indiscreta. Solo…
- No, no te preocupes. Siempre quedaba con ella aquí. Bajaba las Ramblas hasta que encontraba la mejor rosa, y aquí se la daba, pero este es el segundo Sant Jordi que paso solo.
- Lo siento, no quería incomodarte.
- No pasa nada.
- Y entonces, ¿por qué la has comprado?
- Porque era la rosa más bonita de las Ramblas –sonríe.- Y tú, ¿has quedado aquí para que te den tu rosa?
- No, no he quedado. Suelo venir a este parque a leer si hace buen tiempo.
Ambos se concentran de nuevo en su lectura y, tras unos minutos en silencio, él se gira al escuchar que ella cierra su libro de golpe. La observa: ella está sonriente, y se gira hacia él. Aunque no tiene la típica belleza que llama la atención a primera vista, se da cuenta de que es realmente guapa. Tiene el pelo negro y rizado, y lo lleva recogido con una goma, a modo de moño, dejando a la vista su nuca desnuda. Es muy morena y lleva unas gafitas de pasta que hacen juego con sus pendientes y un jersey ceñido de cuello de pico.
- ¿Has acabado tu libro? –le pregunta él.
- Sí –sonríe-. Es una sensación rara cuando acabas un libro que te gusta. Por un lado estás contenta, por otro te da pena haberlo acabado.
- Es verdad. Pero lo mejor es que esa sensación se repite con casi cada libro que lees, y todos te dejan algo nuevo.
Se quedan mirándose el uno al otro y, al cabo de unos segundos, ella dice:
- Bueno, he de irme.
Él carraspea y dice:
- ¿Puedo regalarte la rosa? –le pregunta, tendiéndosela, mientras se ruboriza.
- Oh, gracias. ¿De veras me la regalas?
- Sí, claro. Una chica tan guapa debería recibir una rosa el día de Sant Jordi.
- ¿Y qué te hace pensar que no me van a regalar una?
- Oh, perdona, pensaba que…
- Es broma, es broma –le interrumpe, riendo-. No esperaba ninguna rosa hoy.
- Entonces, toma.
- Gracias –responde ella con una sonrisa.- Pero entonces quiero que aceptes el libro que acabo de terminar –dice mientras rebusca en su bolso. Por fin encuentra un boli, escribe algo dentro del libro, se pone en pie repentinamente y le da el libro- Espero que te guste, ha sido agradable charlar contigo, pero ahora me tengo que ir.
- Gracias, dice él. ¿De verdad te tienes que ir? Espera, ¿cómo te llamas?
Pero cuando termina de preguntar, ella ya se ha alejado unos pasos. Camina graciosamente, moviendo la cintura. Y levantando un poco la voz, insiste:
- ¿No me vas a decir cómo te llamas?
Ella se para, se gira suavemente, le sonríe y sigue alejándose. Él se queda ensimismado, mirándola, sin entender nada. Baja la cabeza y se queda mirando el libro que ella le acaba de dar. “¿Quieres cenar conmigo?” es el título. Lo abre y lee “Bea” y un número de teléfono, escrito por ella solo unos segundos antes.
La busca con la mirada pero ya ha desaparecido entre la gente.
- Feliz Sant Jordi, Bea. Será un placer cenar contigo –susurra mientras sonríe.
21 de abril de 2008
INÉS
Inés revuelve en su bolso buscando el paquete de Kleenex. Por fin lo encuentra, saca un pañuelo y se limpia las lágrimas, negras por el rímel.
- Inés, cariño, no te lo tomes así, te lo dice de broma –dice Cristina mientras le acaricia con cariño el pelo.
- Jo, es que siempre está igual, siempre se pone a hacer bromas y no sé da cuenta de que llega un momento en que se pasa y hace daño.
- Sí, tienes razón, pero ya sabes cómo es. Siempre te hace rabiar y siempre te acabas enfadando.
- Lo sé, pero es que estoy harta, últimamente todo me sale mal –se queja Inés amargamente.
- Eso no es cierto. El otro día ligaste -le dice Cristina con un guiño.
- ¿Yo? ¡Ja! No sé con quién.
- ¿No te acuerdas de Carlos?
- ¿Tu amigo?
- El mismo. Le gustaste.
- ¿Yo? ¡Qué va, no creo! ¿Te ha dicho algo él? -pregunta Inés, intrigada.
- No, tía, pero le conozco, y cada vez que te miraba sonreía... de una forma especial.
- Que va, estás exagerando.
- Para nada. Y a ti también te gustó, te faltó tiempo para decir “¿es que no vas a presentarnos?” –se burla Cristina.
- De acuerdo –admite Inés ruborizándose-, hay que reconocer que es mono.
20 de abril de 2008
DÍA TONTO
Hoy tengo el día tonto. Como dice la canción de Pastora, “No puedo dejar de llorar, tengo el día tonto, de esos que por más que salte toco el suelo pronto”.
No, no estoy llorando, ni lo he hecho aun, pero creo que hoy no me costaría demasiado.
Aquí, en la ciudad donde vivo, hoy se ha levantado un día feo. Está gris y se supone que en algún momento del día lloverá, lo cual no es malo, porque hace falta.
Hoy es un día de esos en los que apetece quedarse en casa. Parece un día de esos de invierno en los que a pesar de ser pleno día, tienes que encender la luz de lo negro y oscuro que está todo fuera. De esos que hace frío y solo apetece sentarse en el sofá de casa y echarse la mantita del IKEA por encima.
Hoy apetece prepararse una taza de chocolate caliente y hacer una maratón de capítulos de Grey’s Anatomy y acabar hecho un mar de lágrimas. Hoy me apetece llorar. No porque me sienta triste, no porque esté mal. Sólo porque hay veces que apetece acurrucarse y llorar.
Hoy no me hagas mucho caso, hoy tengo el día tonto.
19 de abril de 2008
17 de abril de 2008
DÍA DE LLUVIA
Hoy está haciendo un día extraño. Ha habido niebla y chirimiri, ha diluviado y estaba tan negro que parecía de noche, también ha granizado y luego ha salido el sol, como ahora, que se ha quedado un día precioso. Hacía mucho que no veía un día de lluvia así.
Hoy me apetece volver a tener 4 años y salir a la calle vestido para la lluvia para disfrutar de un día así. Quiero ponerme un chubasquero de colores y unas botas de agua. Quiero ir corriendo de un lado para otro con otros niños y pisar los charcos, saltar sobre ellos, chapotear, ponerme perdido, y reírme. Quiero quitarme la capucha y mojarme, sudar de tanto correr y que me salgan coloretes, y que mi madre me diga que no corra, que me abrigue, que voy a coger frío. Quiero que luego salga el sol y ver el arcoíris.
Después quiero llegar a casa, darme un baño calentito y tomarme un chocolate calentito. Quiero ponerme el pijama y que mi madre me meta la parte de arriba por dentro del pantalón, para que no se me salga por la noche. Quiero que me cuente un cuento, rezar el “Jesusito de mi vida, que eres niño como yo”. Quiero que me dé un beso, me arrope y me diga buenas noches. Quiero sentirme mimado.
Quiero quedarme dormido recordando lo bien que lo he pasado chapoteando en los charcos, sintiéndome feliz simplemente porque hoy ha llovido, he jugado, me he mojado y me lo he pasado bien.
16 de abril de 2008
TÚ NO LO SABES
Carlos se despierta. Está desorientado y no sabe dónde está. Abre los ojos y, con la ayuda de la escasa luz que entra en la estancia, intenta reconocer el lugar. No está en su casa. Escucha el sonido del agua corriente, probablemente de la ducha, aunque se oye lejano. Poco a poco va recuperando la consciencia. Está en la habitación del hotel y escucha el ruido de las otras habitaciones y de gente andando por los pasillos.
Se gira en la cama buscando el otro extremo de la cama, demasiado grande para una sola persona, y nota las frías sábanas en su cuerpo desnudo. Suspira y piensa que lleva demasiado tiempo durmiendo solo, demasiado tiempo sin los brazos de una mujer rodeándole por las noches.
Intenta recordar cuándo fue la última vez que despertó con una mujer a su lado, la última vez que los besos y las caricias le habían despertado. Hacía demasiado tiempo. Demasiado tiempo desde que ella le abandonó. Ella. La que tanto le quiso, la que tanto daño le hizo. Había habido otras mujeres, pero ninguna realmente importante, nadie que hubiera despertado a su lado por las mañanas, nadie desde que ella se fue. Carlos había sufrido mucho, pero de ese dolor ya solo quedaba una enorme cicatriz que probablemente lo acompañaría siempre. Por suerte ya solo era eso, una cicatriz.
Aun tumbado en la cama, Carlos la recuerda con una mezcla de nostalgia y alivio, y una pequeña sonrisa asoma en su rostro. Por fin una sonrisa, por fin siente alivio.
Finalmente se levanta, corre la cortina y deja que la luz bañe su cuerpo desnudo. Va hacia el baño, abre la ducha y se mete dentro. Deja que el agua que resbala por su cuerpo arrastre todos los malos recuerdos mientras los ves desaparecer por el desagüe... Por fin está limpio, por fin se siente puro y preparado para seguir con su vida.
Unas horas horas más tarde, Carlos está sentado en el avión que le lleva de vuelta a casa, sobrevolando algún lugar que no consigue reconocer. Mientras mira por la pequeña ventanilla del avión, Carlos de repente recuerda a Inés, la amiga de Cristina.
"Qué pena que no pueda conocerte, Inés, tu mirada y tu sonrisa me encantaron. Tú no lo sabes, pero me hiciste sonreír", piensa Carlos cerrando los ojos.
15 de abril de 2008
¡CHOF!
¡Chof! Algo ha caído al mar, y tras flotar unos segundos, comienza a desaparecer bajo el agua, despacio.
En un día gris y desapacible como hoy, en el muelle no hay nadie, nadie que haya visto u oído que algo, quizás alguien, caía al mar. Las redes de los pescadores están estiradas de forma ordenada, descansando del trabajo de toda la semana. La flota permanece amarrada en el puerto, hoy nadie saldrá a faenar. En el ambiente solo se escucha el sonido sordo del viento esparciendo aleatoria y desordenadamente las hojas secas, así como el repiqueteo desacompasado de las campanillas de los barcos de pesca.
Una bandada de gaviotas sobrevuela el puerto. Ellas sí han visto como un cuerpo caía al agua y se hundía lentamente bajo las frías aguas.
Miguel empieza a sentir frío. Siente como el frío y la humedad comienzan a recorrer todo su cuerpo, desde sus extremidades hasta lo más profundo de su ser, recorriendo, despacio, todo su sistema nervioso, y llevando esa sensación hasta su cerebro. Miguel cree que no le está pasando a él, lo vive como si le pasara a otra persona, como si solo fuera un mero espectador. Sin embargo, una pequeña señal de alarma se ha encendido en alguna parte de su cerebro. Una luz parpadea, una sirena suena lejana. Pero Miguel no ve ni escucha nada, porque no siente nada, sólo esa sensación agridulce que le dan el frío, la humedad y la paz que le rodea.
Piensa que está dormido, que ha tirado demasiado del nórdico y que solo siente el frío que le sube por los pies. No quiere moverse, porque le gusta esa sensación de paz, y el frío aun no es lo suficientemente intenso como para moverse y taparse bien.
Pero el frío es cada vez mayor, cada vez más incómodo. Entonces ve algo, un resplandor, una luz lejana, y escucha el sonido amortiguado de unas campanas.
Poco a poco empieza a tomar consciencia. El tañido de las campanas es cada vez más claro, aunque más lejano. Algo pasa. Intenta despertarse, pero no puede. No está dormido. ¡Está en peligro! Quiere abrir los ojos pero sus párpados no responden a las órdenes de su cerebro. Intenta respirar, pero tampoco puede. Se siente agarrotado, incapaz de mover un solo músculo, y una sensación de agobio e impotencia empieza a invadirle.
¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? Hace solo un momento se sentía a salvo, y ahora está en peligro.
Entonces recuerda. Aunque la tarde no era agradable, había quedado con ella. Habían acordado verse en el Serrallo, el barrio de pescadores. Caminaba por el muelle, muy cerca del agua, quizá demasiado, cuando algo pasó y cayó al mar. Quizá fue un golpe de viento, o quizá un desvanecimiento, daba igual, algo había pasado y poco a poco desaparecía en las frías aguas.
¿Y si no conseguía moverse?
Pero Miguel sentía paz. Allí abajo hacía frío, estaba cada vez más oscuro, pero había cada vez más paz. Esa soledad y esa sensación le reconfortaba de algún modo. Y Miguel pensó en ella. ¿Y si no la veía más? ¿Le echaría de menos?
Miguel se hundía más y más, pensando si intentar nadar hacia la superficie o no...
13 de abril de 2008
10 de abril de 2008
DE EXPECTATIVAS Y DECEPCIONES
A veces las personas nos decepcionan. A veces son nuestros padres, otras nuestros hermanos, nuestros amigos, nuestra familia o nuestra pareja. Supongo que es algo normal, pues todos somos humanos. Otras veces, somos nosotros los que decepcionamos a los demás.
En este sentido, reconozco que tengo un problema, porque soy una persona muy exigente, tanto conmigo mismo, como con los demás. Ser autoexigente no es malo, tú te puedes exigir lo que quieras, porque solo tienes que rendir cuentas ante ti mismo. Sin embargo, con los demás es diferente. Tú esperas algo de ellos, aunque no seas consciente de que lo estás siendo. Y a veces llega un momento en que te das cuenta de que ellos no cumplen tus expectativas, y entonces te decepcionas. Para mí es una sensación horrible y muy desagradable, una mezcla de frustración, impotencia y enfado. Enfado con ellos, enfado conmigo mismo.
En la situación contraria, es decir, cuando somos nosotros los que decepcionamos a los demás, a veces lo hacemos y ni siquiera somos conscientes de ello; incluso a veces nos lo pueden llegar a decir, directa o indirectamente, y aunque en ocasiones lo entendamos y nos demos cuenta de que no hemos estado a la altura, otras no somos capaces de entender qué hemos hecho mal (o dejado de hacer), y qué espera la otra persona de nosotros. Hay veces que es realmente frustrante y desesperante pensar “¿qué esperas de mí? ¿en qué me he equivocado?”
En la vida y, especialmente, en las relaciones con las personas, aprendemos de nuestras experiencias pasadas y en base a ellas actuamos de una forma u otra. Hay veces que es realmente fácil, y que por muy difícil que sea una persona, de algún modo prevés sus movimientos y consigues anticiparte a ellos, como si de una partida de ajedrez se tratara. Sin embargo, con determinadas personas por más que las conozcas, chocas una y otra vez en el mismo punto, y cometes los mismos errores. Y desgraciadamente, no eres capaz de rectificarlo o de anticiparte a la situación extrema en la que acabas discutiendo y enfadándote. Y es una pena, porque siempre acaba habiendo daño, en ambas partes, y cada vez que hay daño queda una cicatriz, un pequeño o gran recuerdo de lo que dolió, algo que no se borra con el tiempo.
Y pasa lo mismo cuando son los demás los que nos decepcionan, los que no cumplen nuestras expectativas. Confías siempre en que la próxima vez estarán a la altura, y en ocasiones es cierto, pero otras veces no. Y acaban decepcionándote una y otra vez hasta que te sientes impotente y frustrado, y esas personas que te decepcionan van perdiendo el crédito poco a poco hasta que… bueno, eso ya depende de la paciencia y el aguante de cada uno, y del cariño que tengas por esa persona.
A veces me gustaría tener un manual de usuario al que poder acudir para saber cómo tratar a algunas personas, porque realmente es frustrante intentar hacerlo lo mejor que sabes y conseguir lo contrario a lo que buscabas.
9 de abril de 2008
DON DE LENGUAS
Vivimos en un país tercermundista en lo que a hablar otros idiomas se refiere. Es una pena, pero así es.
Es cierto que hablamos una lengua, el español, que es la segunda más hablada en el mundo por detrás del chino mandarín, hablada por un total de 500 millones de personas (entre 322 y 400 millones de personas como lengua nativa, según distintas fuentes). También es cierto que el inglés tiene menos hablantes nativos (poco más de 300 millones de personas), pero en cambio, hablan inglés 1.500 millones de personas, si sumamos los que lo tienen como segunda lengua.
¿Por qué hablamos tan mal inglés en este país? De nada sirve poner excusas, como que los ingleses tampoco se molestan en aprender otra lengua.
Yo considero que tengo un buen nivel de inglés. No soy bilingüe, desgraciadamente, pero soy capaz de mantener una conversación sin problemas. No obstante, me gustaría hablarlo mejor, y trato de mejorarlo.
Sin embargo creo que hay mucha gente a la que realmente le da igual no hablar inglés u otros idiomas. Simplemente se excusan diciendo que es muy difícil, que han estudiado durante mucho tiempo y que no consiguen progresar... y puede que en cierto modo tengan razón, porque la educación en idiomas en España es de lo peor.
Recuerdo la primera vez que salí de España y pude utilizar mi inglés. Yo iba todo ilusionado porque iba a poder hablar en inglés. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que lo que yo hablaba no se parecía demasiado a lo que hablaban ellos. Supongo que cualquiera, en sus primeras experiencias de conversaciones en inglés con gente nativa se habrá dado cuenta de lo mismo, que el inglés que nos enseñaron en el colegio no tiene nada que ver con el inglés que hablan ellos.
Para colmo, parece que si haces el esfuerzo de pronunciar las palabras como se deben pronunciar hay gente que te mira como su fueras un bicho raro y pedante. La mayoría de la gente simplemente habla inglés con su acento español y con los fonemas de nuestra lengua, sin tratar siquiera de hacer el esfuerzo de pronunciarlo correctamente.
Otro problema añadido, desde mi punto de vista, es el tema del doblaje. Un problema antiguo pero que parece no preocuparle a nadie. Franco decidió que el tren en España tuviera un ancho de vía diferente para que no nos invadieran por tren (¡manda huevos!). Del mismo modo decidió que las películas se doblaran al español, en lugar de subtitularlas, para proteger el español, ¡no fuera a desaparecer! Una cacicada que aun hoy, perdura.
Para mí, esto es lo que nos diferencia con otros países como Holanda o Portugal, que emiten las películas en versión original subtitulada. Es una forma fácil de educar el oído a una fonética que no es la propia y de aprender poco a poco. Además, en las versiones dobladas se pierden las voces originales, que son parte de los personajes. Pero no, aquí tenemos que defender nuestros idiomas, que parece ser, están en peligro, al menos alguno.
Hace un par de días leí en el periódico que la última película de Woody Allen, rodada en Barcelona, sólo se podrá ver en Cataluña en V.O.S.E. o doblada al catalán. Que se vea en versión original me parece una idea excelente; ahora, eso de que se doble SOLO al catalán, intuyo que con la subvención de la Generalitat, es decir, con dinero de todos, no me parece tan bien.
Siempre están con que hay que proteger el catalán, que está en "peligro", que es una lengua minoritaria y que si no se protege, desaparecerá. ¿Acaso el holandés se habla en todo el mundo? No, y obviamente no está en peligro ni va a desaparecer, las películas no se doblan al holandés y los holandeses hablan perfectamente inglés. En Cataluña la gente habla lo que le da la gana, cada uno es libre de elegir la lengua en la que se sienta más cómodo, y en mi modesta opinión, ninguna lengua está en peligro.
Somos un país con una increíble riqueza lingüística: tenemos 4 lenguas oficiales y en lugar de utilizarlo como motivo de orgullo y nexo de unión entre todos, lo utilizamos como hecho diferencial. En lugar de promover que cada españolito conozca todas nuestras lenguas oficiales, las utilizan políticamente para enfrentar a la gente.
Hace poco ha habido elecciones y se hablaba de educación y de mejorar la enseñanza de idiomas, pero nadie sugiere dejar de doblar paulatinamente películas y series de televisión y emitirlas simplemente subtituladas. Tampoco nadie propone enseñar en cualquier lugar de España catalán, gallego o euskara. ¿Para qué? Supongo que estas ideas no son políticamente correctas.
Una pena, pues seguiremos siendo un país con muchas lenguas oficiales pero sin don de lenguas.
8 de abril de 2008
ANA
Ana está en el baño. Se acaba de duchar.
Se ha puesto unos pantalones vaqueros que le quedan perfectos, parecen hechos especialmente para a su medida. En la calle hace frío, así que ha decidido ponerse un jersey naranja, ajustado, de cuello vuelto. Con una mano limpia el vaho del espejo y se observa, reflejada en él. Es guapa y tiene un cuerpo bonito, aunque últimamente ha perdido algo de peso, quizá demasiado.
Ana se mira en el espejo. Ve la piel tersa de su cara enmarcada por su abundante pelo castaño, su pequeña y graciosa nariz, sus labios carnosos y sus preciosos ojos color avellana.
Ana intenta sonreír, pero no puede. Se fija detenidamente en su reflejo, en sus ojos, y a través de ellos vislumbra una mezcla de alegría y tristeza. Está ahí, frente al espejo, aunque se siente a miles de kilómetros. Esa sensación no le gusta, le gustaría estar donde está y no sentirse así. Lleva meses deseando estar aquí y ahora se siente lejos... Suspira.
Ana sale del baño. Su pelo rizado aun está húmedo y al caminar esparce por toda la estancia ese agradable olor, mezcla de champú, jabón y un cuerpo de mujer. Camina despacio, como ausente, ajena a todo lo que le rodea. Sus pies descalzos pisan la moqueta con gracia, como si fuera una princesa o bailarina, casi de puntillas.
Se arrodilla frente a la maleta y coloca sobre sus rodillas su pijama lila, perfectamente doblado. Su puño izquierdo permanece cerrado, y en él esconde la escueta ropa interior que llevaba puesta bajo el pijama. Abre la maleta y, sin prisa, guarda la ropa interior usada en su compartimento y busca acomodo a su pijama. Revuelve entre su ropa y por fin encuentra las medias que buscaba. Decide también coger unos calcetines para protegerse mejor del frío reinante.
Se pone en pie y camina, de forma elegante, hacia uno de los sofás que hay en la habitación. Se sienta sobre uno de los brazos, y se agacha para acercar las botas altas que dejó ahí la noche anterior.
Con ambas manos, se sube una pernera del pantalón hasta la rodilla para poder ponerse la media. Coloca una media en uno de sus pies y comienza a desdoblarla, meticulosamente, ascendiendo poco a poco por su pantorrilla, de forma que parece un arte aprendido por la costumbre. Hace lo mismo con la otra media y se pone encima los calcetines. Luego se calza las botas y vuelve a colocar las perneras del pantalón, cubriendo con él las botas.
Finalmente se pone en pie, y estira sus pantalones con sus manos, desde sus muslos hasta debajo de las rodillas. La forma de hacerlo es tan elegante y suave que parece que simplemente se acaricie.
Camina de nuevo hacia la maleta. Las botas y el tacón alto le confieren aun más elegancia. Del neceser coge su perfume, con el que se pulveriza las muñecas y el cuello, y el intenso aroma invade la habitación.
Ana termina de recoger sus cosas, cierra la maleta y se pone el abrigo. Es largo, negro e impermeable, ideal para protegerse del frío, la lluvia y el viento que hay fuera. Se pone una bufanda gris, que ella misma ha tejido, alrededor de cuello, enrollándola como una enorme serpiente. Con la ayuda de sus manos, saca los rizos que han quedado atrapados entre el abrigo y la bufanda.
Por fin dice en voz alta: "Estoy lista".
Coge la maleta y la pequeña mochila y abre la puerta de la habitación. Antes de traspasar el umbral, se para, mira hacia atrás y echa un último vistazo. En sus ojos color avellana hay una mezcla de alivio y pena.
7 de abril de 2008
LA CASA DEL BOSQUE
Paro el motor del coche. El limpiaparabrisas aun está funcionando y las gotas de lluvia golpean con fuerza la carrocería. Antes de salir del coche, disfruto durante unos breves segundos de ese sonido, el sonido metálico de la lluvia golpeando en el techo. Desconecto el limpiaparabrisas y el agua convierte la imagen nítida de la casa en algo borroso. Pero ahí está, tras la lluvia, la casa del bosque.
Es una casa de esas de piedra y madera, con los tejados de pizarra. Respiro hondo y aspiro ese olor a tierra mojada que tanto me gusta.
Me giro hacia la derecha y te miro. Me observas, sonriente.
- ¿Vamos?
- Venga.
Abrimos las puertas y vamos corriendo hasta el pequeño porche de la entrada. Han sido solo unos metros, pero casi nos hemos calado. Meto las manos en los bolsillos y busco la llave, que aparece, tras rebuscar entre algunas monedas sueltas y las llaves de casa y del coche, al cabo de unos segundos. Abro la puerta y te hago un gesto para que entres. Entras y yo te sigo.
- Brrr –dices con una sonrisa- ¡qué frío!
- No te preocupes, ahora encendemos la chimenea -te digo, y te doy un beso.
Cojo un paraguas del paragüero de la entrada y me acerco al coche, a coger las maletas. Saco todo, cierro el maletero y vuelvo a la casa. Llevo el equipaje hasta la habitación y escucho tus pasos tras de mí.
- Es precioso –me dices mientras me abrazas.
- ¿Te gusta?
- Sí. Me encanta –y me besas- ¿Por qué no enciendes la chimenea mientras guardo la ropa?
- Espera un momento.
Me acerco al armario y cojo un par de toallas limpias. Te ofrezco una y nos secamos el pelo. Al terminar, te miro, y estás sonriente, como casi siempre. Ver tu sonrisa me hace sonreír a mí también.
- Ahora vengo -y vuelvo a besarte.
Te dejo en la habitación y salgo de la casa, rodeándola hasta llegar al cobertizo de atrás. Al abrir la puerta me recibe un intenso olor a madera. Cojo unos cuantos leños y regreso a casa.
Pongo cuidadosamente la madera en la chimenea y enciendo el fuego. Observo como empieza a prender la madera y acerco mis manos al calor para que se templen. Mirando el fuego parece que el mundo vaya más despacio. Quedan lejos el estrés, las prisas y los agobios de la gran ciudad.
Me dejo caer sobre la alfombra y me quedo ahí sentado. Cierro los ojos y dejo que el resto de mis sentidos se empapen de todo lo que me rodea. El silencio, sólo roto por el crepitar del fuego y por la lluvia golpeando en los cristales, el calor, cada vez más intenso, que desprende el hogar, el olor a lumbre y humo, el olor a rancio que desprende la casa, inhabitada por mucho tiempo, el olor a tierra mojada que se cuela desde el exterior, y de repente... ese extraordinario olor, mezcla de tu perfume y de tu propio cuerpo. Y un beso en mi nuca, un beso suave que recorre mi columna de arriba abajo.
Sin abrir los ojos, siento en mi espalda el peso de la manta con la que me acabas de arropar. Noto cómo te acurrucas a mi lado, me rodeas con tu brazo la cintura y apoyas la cabeza en mi hombro. Me llega el olor de tu pelo y aspiro hondo, y luego tu voz, como un susurro:
- ¿En qué pensabas?
- En ti
Y por fin, en mis labios el dulce sabor de tus besos.
- Anda –me dices-, túmbate y apoya tu cabeza en mis piernas. Deja que te mime un poco.
Te hago caso. Me tumbo de costado, mirando hacia la chimenea, con el calor del fuego acariciándome la cara, y tus manos, mi pelo.
Y me dejo mimar…
6 de abril de 2008
¿TE IMAGINAS?
Es domingo por la noche. Es tarde y estoy ya metido en la cama.
En líneas generales, ha sido un buen fin de semana. No ha sido un fin de semana perfecto, pero ha sido un buen fin de semana. No he descansado mucho, pero he hecho muchas cosas. Lo he pasado bien, y he disfrutado de las personas a las que quiero. No de todas, porque juntar a toda la gente a la que quieres es muy difícil, pero sí de unas cuantas.
Y justo ahora que me iba a dormir, pensaba que me gustaría terminar este fin de semana con un buen sabor de boca.
Así que, estaba pensando, ¿qué soñaré esta noche?
Hoy quiero tener un buen sueño. Quiero soñar con algo que me guste. Quiero un sueño en el que esté feliz, en el que sea feliz. Quizá en ese sueño aparezcas tú, quién sabe.
Cuando era pequeño, recuerdo que me iba a dormir pensando con algo o alguien; lo hacía de forma muy intensa, para poder soñar con eso. Cuando era algo más mayor a veces lo intentaba con la chica que me gustaba. Me concentraba y pensaba en ella con todas mis fuerzas. Y a veces, solo a veces, funcionaba.
¿Te imaginas? ¿Te imaginas poder elegir tus sueños? Yo hoy lo voy a intentar. Voy a concentrarme y voy a intentar elegir mis sueños de hoy. Si lo consigo quizá mañana me despierte con una sonrisa.
Buenas noches. Dulces sueños.
3 de abril de 2008
PRÓXIMA PARADA: LA MALA EDUCACIÓN
Últimamente no utilizo demasiado el transporte público. O voy andando, o cojo el coche.
Sin embargo, el otro día cogí el Metro. Iba con mi iPod escuchando, por supuesto, la música que me ofrecía el aleatorio de canciones, pagué mi billete y encontré un sitio libre, así que me senté.
Iba tranquilamente escuchando mi música y como estaba cansado cerré los ojos. Al cabo de un rato, me di cuenta de que apenas escuchaba la música debido al ruido del metro. Tengo curiosidad por saber si el nivel de decibelios en los trenes está dentro de lo permitido, porque hay veces que es realmente molesto y dudo que esté dentro de unos niveles normales. Bien, como no oía, subí algo el volumen del iPod. No sirvió de nada. A los pocos segundos el ruido era aun mayor. A pesar de tener los auriculares puestos, se oía otra música, como si alguien fuera con el típico radiocassette de antaño al hombro. Pero no, eran dos adolescentes, con un móvil de última generación, que generosamente compartían su música House o Tecno o Progressive con el resto del vagón. Debido al ruido propio del metro, el volumen al que tenían la música era considerable.
Mientras todos escuchábamos su música ellas bailaban en sus asientos, miraban y se reían de la gente que arrugaba la nariz.
Y yo me pregunto, ¿tanto mola comportarse así? Quizá es que me estoy haciendo mayor y gruñón, pero me parece una absoluta falta de respeto molestar a los demás con tu música. Si quieres escuchar música, perfecto, pero ponte auriculares, que no cuesta nada. Me gustaría saber qué habrían pensado ellas si yo hubiera ido leyendo un libro, hubiera sacado un megáfono y me hubiera puesto a leer en voz alta con el megáfono encendido.
¿Por qué hoy día la gente se empeña en hacer lo que le de la gana, sin pensar en los demás, sin importar si molesta o no a los demás? ¿Por qué somos tan egoístas?
Luego una de las chicas metió las manos en sus bolsillos buscando algo. Por fin lo encontró. Sacó la mano y dejó caer el billete del metro en el suelo. ¿Tanto cuesta tirarlo a una papelera? ¿Tanto cuesta respetar un poco a los demás?
Está claro, próxima parada: "la mala educación", correspondencia con: "la vulgaridad".
2 de abril de 2008
CAFÉ CON LECHE
Él entra en la sala donde se está sirviendo el desayuno de bienvenida. Mira a su alrededor y busca, con cara despistada, alguna cara conocida. Siempre se ha sentido incómodo en ese tipo de situaciones en las que todo el mundo está hablando en pequeños grupos y él está solo. Le hacen sentir como si fuera una pieza aun no encajada en un puzzle. Por fin ve a Cristina y sin dudarlo, se acerca a ella.
- Hola, guapa –le dice, mientras le da los dos besos de rigor-, ¿qué tal estás?
- Muy bien, ¿y tú? ¿Qué tal el viaje?
- Bien, bien, llegué ayer, en realidad.
- ¿Qué tal el hotel?
- Genial, se nota que es nuevo, la habitación es enorme, la cama también... todo está perfecto.
- ¿Es que no vas a presentarnos? –interrumpe una voz femenina.
Hasta entonces, ni siquiera se había dado cuenta de que en realidad había sido él quien las había interrumpido.
- Sí, perdona, éste es Carlos. Ella es Inés.
- Encantado, Inés.
- Igualmente, Carlos –dice Inés mientras le da dos sonoros besos.
- Disculpa, siento haberos interrumpido.
- No pasa nada, no te preocupes –contesta sonriente Inés.
- ¿Queréis un café? –pregunta Carlos cortésmente.- Me muero de sueño.
- No gracias –responden las dos al unísono.
Carlos se acerca a la mesa donde está dispuesto el catering, se prepara un café con leche, coge un croissant y vuelve de nuevo al lado de ellas.
- Delicioso –dice, mientras da un bocado al croissant-, ¿de verdad no queréis?
- No, gracias –dicen Cristina e Inés.
Carlos da otro sorbo a su café, y sonríe, pensativo.
1 de abril de 2008
MAMÁ GALLINA
"Mamá gallina" es la amiga que todos querríamos tener.
Mamá gallina es de ese tipo de personas que siempre cuida a sus polluelos. Mamá gallina hará cualquier cosa para defender a sus crías de cualquier ataque que puedan recibir, incluso de otro de sus polluelos. Si conoces a mamá gallina, no deberías atreverte a atacar a uno de sus polluelos, pues ella lo defenderá con uñas y dientes, o mejor dicho, con pico y espolones. Defenderá a sus polluelos como lo haría cualquier madre, o puede que con más intensidad, si cabe.
No es fácil llegar a ser uno de los polluelos de mamá gallina... o sí, quién sabe. Puedes ser uno de sus polluelos si eres de la familia, o bien, si te adopta como polluelo. Y es que si mamá gallina ve a un polluelo en peligro, aunque no sea suyo, ella puede decidir acogerlo bajo su ala y darle protección, y nadie a su alrededor lo discutirá. Dicho así, parece que mamá gallina sea Vito Corleone, pero nada más lejos de la realidad.
Aunque mamá gallina aun no ha tenido polluelos nacidos de un cascarón propio, todo el mundo sabe el día que eso ocurra ella será una excelente mamá.
Mamá gallina no solo te protege. También te alimenta. Es una excelente cocinera y siempre está dando de comer a sus polluelos hambrientos, que revolotean piando a su alrededor en busca de uno de los ricos manjares que prepara mamá gallina.
Hay pocas personas como mamá gallina, pocas personas con un corazón como el suyo.
A veces, algunos de sus polluelos han llegado a abusar de ese buen corazón y a hacer mucho daño a mamá gallina, y eso no es algo de lo que ningún polluelo deba sentirse orgulloso. Sin embargo, mamá gallina siempre te da una segunda oportunidad, y una tercera, y... bueno, mamá gallina tiene muchísima más paciencia que otras gallinas. Si tienes la suerte de conocer a mamá gallina y te deja ser uno de sus polluelos, no le falles, o perderás a una gran amiga y te arrepentirás toda tu vida. Algún día dejarás de ser un polluelo y cuando te mires en un espejo y veas que te has vuelto un gallo viejo, recordarás a mamá gallina con nostalgia.
Me gustaría que conocieras a mamá gallina, pero ahora no sé donde está. Un día sus polluelos se amotinaron. Vamos, que hubo una revuelta de polluelos, como en Chicken run, y mamá gallina se cansó. Se cansó de cuidar de polluelos rebeldes que no hacían más que protestar y picotearla y herirla de una forma u otra. Y mamá gallina corrió despavorida, abandonó el corral en el que estaban ella y sus polluelos y se adentró en el bosque. Otras veces, cuando mamá gallina se siente herida e indefensa vuelve a sus orígenes: se hace huevo y cree que así el cascarón le protegerá de todo y de todos. Pero esta vez, mamá gallina huyó, corrió, sin mirar atrás, sin cacarear siquiera.
Y ahora mamá gallina no encuentra el camino de vuelta. Puede que los árboles no le dejen ver el bosque, o puede que simplemente esté asustada y tenga miedo de que sus propios polluelos vuelvan a picotearla. Mamá gallina no sabe siquiera si quiere volver, pues cree que no debe cuidar más de unos polluelos rebeldes y anárquicos, que hacen lo que quieren, sin mirar por nada ni por nadie, nada más que por sí mismos.
Pero lo que mamá gallina no sabe es que los polluelos rebeldes echan de menos a mamá gallina, que la quieren y la necesitan. Necesitan a mamá gallina. Y pían y pían sin saber si alguien les escucha, y lo único que quieren es que mamá gallina vuelva con ellos.
Si alguien ve a mamá gallina, que le diga por favor que los polluelos la echan de menos.
¡Vuelve, mamá gallina!
31 de marzo de 2008
4 AÑOS
Hoy me he levantado pensando, ¿cómo verán el mundo un niño o una niña de cuatro años?
He pensado que me gustaría poner un filtro en el objetivo de mi cámara, mirar a través del visor y ver el mundo como si tuviera cuatro años, verlo como lo vería una personita de solo cuatro años.
Si tuviera cuatro años, mi mami sería la persona más maravillosa del mundo y me querría incondicionalmente, sería la única que sabría hacer todo lo que yo no sé hacer, la única persona a la que trataría de imitar en todo.
Si tuviera cuatro años sería feliz y regalaría sonrisas a las personas que me quieren, simplemente porque me quieren. Ya sabes, esas sonrisas que regalan los niños, que están llenas de amor y de vida, de ilusión, que son sinceras, y que son capaces de mejorar el peor día que uno haya podido tener.
Si tuviera cuatro años, jugaría con mis amiguitos del cole, correría de un lado para otro, mis únicas preocupaciones serían ir al parque cada tarde y volver a ver por enésima vez la última película de Disney, y si me comiera toda la cena mi madre me felicitaría por haberlo hecho, como si aquello fuera un hito realmente difícil de conseguir.
Si tuviera cuatro años me leerían un cuento antes de dormir, y me taparía con unas sábanas de Winnie The Pooh, te daría un beso de buenas noches y te diría "¡Que no te piquen los chinches!" o cualquier otra cosa sin sentido que se le pueda ocurrir a alguien de cuantro años. Y luego llamaría a mi madre para pedirle agua o bibe. O ambas. Y mi madre iría corriendo porque eso hacen las mamás, ¿no?
Si además hoy cumpliera cuatro años me sentiría mayor, muy mayor, porque ayer solo tenía tres, y hoy, ¡cuatro! Me sentiría el rey del mundo, llevaría un pastel al cole y todos me cantarían el "Cumpleaños Feliz" y me pondrían una corona en la cabeza, y los que me quieren me darían muchos regalos.
Sin duda si tuviera cuatro años sería feliz. Hoy me apetece ponerle a la cámara ese filtro y ver el mundo como si tuviera solo cuatro años.
Ah, se me olvidaba. Para todos los renacuajos que hoy cumplan cuatro años, ¡Muchas Felicidades! y... que no os piquen los chinches.
29 de marzo de 2008
COLLYMAN!!!
Hace un tiempo un amigo me enseñó esta creación de Bollywood que recuerda al famoso Thriller de Michael Jackson.
28 de marzo de 2008
SERÁ MARAVILLOSO VIAJAR HASTA MALLORCA
Eso decía la canción, pero eso sería antes, porque ahora viajar es a veces una auténtica odisea.
Últimamente tengo que viajar por trabajo, y el otro día volví a hacerlo, pero esta vez "estrené" el AVE. Oye, una maravilla, sales del centro, llegas al centro, vas cómodamente sentado en unos amplios asientos, puedes ir con tu portátil trabajando o viendo una peli o lo que te de la gana, y hasta puedes hablar por el móvil si te apetece. Además, las azafatas solo te "molestan" para ofrecerte comida y bebida, y ¡gratis! Estos de momento no se han planteado eliminar la aceituna para reducir costes... Shhh, que no corra la voz.
Pues bien, cuando llegué a mi destino fui consciente de lo cómodo que había sido el viaje... sobre todo si lo comparas con ese fabuloso medio de transporte: el avión.
Recuerdo cuando cogí el avión por primera vez, en mi viaje de 3º de BUP, para ir a Tenerife. ¡Qué emoción, qué ilusión! En los primeros viajes en avión siempre querías ventanilla para poder mirar, aunque fuera de noche y no vieras más que oscuridad, los despegues y los aterrizajes eran un momento emocionante, y cuando la azafata te decía que te abrocharas el cinturón hasta te sentías alguien importante. Luego, te daban una bolsa de cacahuetes y un zumo de tomate y te hacían el más feliz del mundo. No sabías lo que era un finger ni qué demonios era eso de la tarjeta Frequent Traveller, y tampoco entendías ni papa de la parrafada que la sobrecargo soltaba en un inglés que nada tenía que ver con el que te enseñaron en el colegio, pero disfrutabas todo aquello.
Pero con el tiempo, viajas más y más, por trabajo o por placer, y lo que al principio era bonito, luego no lo es tanto.
Tienes que estar con tanta antelación en el aeropuerto que tienes que preparar dos maletas, una para el viaje y otra para la espera en el aeropuerto. Si facturas, tienes que esperar una cola inmensa, que parece que realmente regalen algo, pero no, ahora si metes un par de calzoncillos de más la chica del mostrador te hace pagar un suplemento por exceso de equipaje.
Por fin tienes tu tarjeta de embarque, y piensas que ya está, pero estás muy equivocado... ahora viene lo peor: el control de seguridad. Llegas a la zona donde tienen las bandejas de plástico y empiezas a depositar todos tus objetos. El equipaje de mano, el reloj, las llaves del coche, las de casa, el monedero, la cartera, el cinturón, la americana, el abrigo, el iPod, el libro... y si llevas el portátil, entonces lo tienes que poner en una bandeja aparte, él solo, marginado. Y haces todo esto porque te ayudas de la boca para sujetar la tarjeta de embarque. De esta guisa te dirijes al arco de seguridad, tratas de poner todas tus bandejas en la cinta, pero no puedes porque delante de ti hay una chica a la que le han dicho que se quite las botas y te lo impide. Por fin pones tus cosas en la cinta y te quitas la tarjeta de embarque de la boca y... ¡zas! La banda magnética se te ha pegado a los labios y al tirar te has arrancado de cuajo medio labio. La boca te sabe a sangre, te escuece y notas como el labio se te empieza a poner caliente. Seguro que en un rato te confundirán con Angelina Jolie o Esther Cañadas. Pero no importa, piensas, esto está casi hecho, y avanzas con seguridad hacia el arco mientras piensas "que no pite, que no llevo nada de metal" y... "piiiiiii". Mierda. Un guardia de seguridad que tiene cara de que su mujer le ha mandado dormir en un sofá incómodo las últimas tres noches te dice que te acerques y te empieza a sobar (a falta de contacto con su esposa todo vale, supongo). Te da un repaso de arriba abajo y como no encuentra nada te dice que pases. Buscas tus cosas pero están al final de todo, pues en ese impás han pasado varias personas más que luchan por recuperar sus pertenencias. Mientras recoges todo, ves que le abren el bolso a una señora y sacan una bolsa de plástico que contiene un cuchillo que podría partir en dos el fuselaje del avión, pero la señora con cara inocente dice "es para cortar el chorizo de la merienda".
Finalmente consigues recoger todas tus pertenencias y te has vuelto a poner toda la ropa que te habían hecho quitar, y te diriges a tu puerta de embarque. Allí ya hay una cola inmensa aunque no estén embarcando aun. ¿Por qué la gente hace cola si todos tienen su asiento asignado? Y por fin llegas al mostrador, enseñas tu DNI y tu tarjeta de embarque. La pasan por la maquinita y he ahí otro de los grandes misterios de la humanidad: ¿por qué unas veces te devuelven la parte grande y otras veces la parte pequeña de la tarjeta de embarque? ¿Alguien tiene una respuesta? Bien, por fin avanzas por el finger (eso, si tienes suerte, que si no te toca un viajecito en autobús que por lo que tardas piensas que han aparcado el avión a mitad de camino); y en el finger, más cola para entrar al avión. Avanzas lentamente hasta tu sitio, pues todo el mundo tiene que colocar todo su equipaje en los compartimentos superiores. Tampoco entiendes por qué hay unas medidas máximas para el equipaje de mano si luego la gente lleva lo que le da la gana, pero bueno, ya nada te importa, y aunque aun no has empezado tu viaje, ya solo deseas llegar. Haces hueco como puedes encima de tu asiento para colocar tus cosas mientras notas cómo se te clava en la nuca la mirada del pasajero del otro lado y oyes en tu cerebro su voz diciendo "ten cuidado no me rompas mi frágil maleta Samsonite dura con tus manazas". Y te sientas como puedes en tu sitio, encajando las rodillas contra el asiento de delante, y te abrochas el cinturón, y entonces alguien te pide por favor que le dejes pasar a su asiento, así que resignado, te levantas, le dejas pasar, y vuelves a sentarte como puedes.
Al cabo de un rato que parece eterno, el avión echa a andar. Ves a las azafatas hacer sus aspavientos de siempre para explicar lo que hay que hacer en caso de emergencia y piensas que con las veces que lo has visto podrías hacerlo tú mismo...
Vamos, que lo de viajar en avión sería maravilloso antes, cuando tenía un toque de inhabitual, cuando tenía un cierto romanticismo, pero hoy en día es casi más una molestia que un placer.
27 de marzo de 2008
¿ALEATORIO? ¿O NO?
Es curioso. Esto que voy a decir puede que tú también lo hayas pensado en alguna ocasión, o puede que simplemente pienses que estoy loco y estoy desvariando, pero a veces pienso que el aleatorio de canciones del iTunes y del iPod leen mi mente, o mejor dicho, mi estado de ánimo.
La música me acompaña cada día. Por la mañana cuando me despierto enciendo el portátil y pongo música. La escucho por las mañanas mientras desayuno y me visto, la escucho en el iPod cuando voy de camino al trabajo, la suelo escuchar mientras trabajo si lo que estoy haciendo en ese momento me lo permite, en el gimnasio, en el coche, o cuando estoy en casa delante del ordenador haciendo cualquier cosa, o cuando escribo un post, como ahora. Lo cierto es que siempre que puedo, la música me acompaña. Cada día. Siempre me gustó, pero reconozco que desde que puedes llevar un cacharrillo en el bolsillo con toda la música lo hago aún más.
Siempre he pensado que la música es un potenciador emocional. Cuando estás de buen humor, determinadas canciones potencian ese buen humor. Lo mismo pasa cuando estás triste o deprimido, que hay canciones que te ‘tocan’ y te sumen más aun en lo que te preocupa y te hace seguir así.
Rara vez escucho un determinado disco o grupo; la mayoría de las veces pongo directamente el aleatorio de canciones. Y es ahí a donde voy, a que muchas veces siento que el aleatorio de canciones se mete en mi cerebro (o en mi alma, quién sabe) y decide qué canciones debo escuchar en función de mi estado de ánimo, de cómo me siento. Hay veces que nota que estás de buen humor, y entonces te pone las canciones que potencian ese buen humor. Otras veces nota que estás deprimido o triste, pero de alguna forma sabe que lo que necesitas es sacarlo todo, llorar, quizá, y entonces te pone canciones ñoñas o tristonas para que bajes más y más, para que sigas sintiéndote mal, porque eso es lo que necesitas en ese momento, hasta que en algún momento decide que ya está bien de llorar, de sentirse mal, y entonces cambia de tercio y te pone una canción de esas que se te meten en las venas y te llegan a las manos y los pies, y casi te pones a bailar estés donde estés, y aunque tienes los auriculares puestos cantas y te da igual que el de al lado te mire raro pensando que estás loco. Porque en ese momento nada importa, en ese momento vuelves a estar de buen humor y te sientes en lo alto de la montaña rusa.
No sé lo que pensarás tú, pero para mí el aleatorio de canciones es el mejor DJ que he conocido. Siempre escoge las canciones que necesito escuchar. Siempre.
26 de marzo de 2008
SUEÑO
Hace apenas media hora que he vuelto de comer. Llevo un rato intentando pensar en algo sobre lo que escribir… sin embargo, es como si todo se moviera a cámara lenta y como si yo fuera un mero espectador de todo lo que pasa a mi alrededor.
Así es cada tarde, después de comer. Si estás en casa es perfecto, sientes cómo te envuelve ese delicioso sopor, y entonces decides echarte un rato en el sofá, con el run run la tele de fondo y con la típica mantita del Ikea por encima, o quizá mejor, decides irte a la cama y echarte la típica siesta de pijama y orinal, una siesta como Dios manda. Eso sí, en este caso te sueles levantar con un terrible dolor de cabeza que no se te quita ni con una sobredosis de Paracetamol y con un humor de perros que no se te va hasta la mañana siguiente… suponiendo que hayas podido dormir por la noche ya que probablemente la siesta de dos horas o más te ha desvelado y no has hecho más que dar vueltas y más vueltas. Pero que te quiten lo bailao, que no podrás dormir y estás de mala leche, pero la siesta te supo a teta.
Sin embargo existe la posibilidad de que comas fuera de casa y, peor aun, que tengas que trabajar por la tarde. Entonces ese delicioso sopor se torna en insoportable. Vas al baño y te mojas la cara, te pones el iPod con música pachanguera para espabilarte, vas a la máquina de café para estirar las piernas y de paso chutarte con un asqueroso café de máquina que tomarías de forma intravenosa si fuera posible… pero nada de eso surte efecto. Vuelves a tu sitio, y te sientas de nuevo frente al ordenador. Y te quedas mirando la pantalla, en estado de semiinconsciencia. Probablemente podrían darte una pequeña descarga eléctrica que ni siquiera lo notarías. Estás con las manos apoyadas en el teclado, la boca medio abierta (con un poco de suerte no tendrás la babilla resbalándote por la comisura, lo cual te daría muy mala imagen ante tus compañeros), en el monitor hace ya un rato que ha saltado el salvapantallas, pero tú ni siquiera te has dado cuenta de ello.
De repente, algo te sobresalta. Puede que sea la voz de alguien que te habla o tu teléfono sonando, y al cabo de unos segundos (con seguridad más de los necesarios para un cerebro en plena actividad) vuelves de ese lugar maravilloso en el que estabas y como por arte de magia vuelves a ser una persona absolutamente normal. Y todo ese tiempo (obviamente ni siquiera eres capaz de estimarlo) queda como un extraño dejà vú, algo que no sabes si ha pasado o si pasará, si lo has imaginado o fue real, algo que ha podido durar 1 minuto o 20 o vete tú a saber.
Y justo ahora acabo de regresar de ese extraño estado y me doy cuenta de que he escrito cuatro párrafos de algo que seguramente no tenga mucho sentido. Pero ya se han ido el trance y el sopor, el sueño y la inspiración, y solo ante mí una pantalla con mucho trabajo por hacer. Quién sabe si este momento existió o sólo soñé que escribía.