Paro el motor del coche. El limpiaparabrisas aun está funcionando y las gotas de lluvia golpean con fuerza la carrocería. Antes de salir del coche, disfruto durante unos breves segundos de ese sonido, el sonido metálico de la lluvia golpeando en el techo. Desconecto el limpiaparabrisas y el agua convierte la imagen nítida de la casa en algo borroso. Pero ahí está, tras la lluvia, la casa del bosque.
Es una casa de esas de piedra y madera, con los tejados de pizarra. Respiro hondo y aspiro ese olor a tierra mojada que tanto me gusta.
Me giro hacia la derecha y te miro. Me observas, sonriente.
- ¿Vamos?
- Venga.
Abrimos las puertas y vamos corriendo hasta el pequeño porche de la entrada. Han sido solo unos metros, pero casi nos hemos calado. Meto las manos en los bolsillos y busco la llave, que aparece, tras rebuscar entre algunas monedas sueltas y las llaves de casa y del coche, al cabo de unos segundos. Abro la puerta y te hago un gesto para que entres. Entras y yo te sigo.
- Brrr –dices con una sonrisa- ¡qué frío!
- No te preocupes, ahora encendemos la chimenea -te digo, y te doy un beso.
Cojo un paraguas del paragüero de la entrada y me acerco al coche, a coger las maletas. Saco todo, cierro el maletero y vuelvo a la casa. Llevo el equipaje hasta la habitación y escucho tus pasos tras de mí.
- Es precioso –me dices mientras me abrazas.
- ¿Te gusta?
- Sí. Me encanta –y me besas- ¿Por qué no enciendes la chimenea mientras guardo la ropa?
- Espera un momento.
Me acerco al armario y cojo un par de toallas limpias. Te ofrezco una y nos secamos el pelo. Al terminar, te miro, y estás sonriente, como casi siempre. Ver tu sonrisa me hace sonreír a mí también.
- Ahora vengo -y vuelvo a besarte.
Te dejo en la habitación y salgo de la casa, rodeándola hasta llegar al cobertizo de atrás. Al abrir la puerta me recibe un intenso olor a madera. Cojo unos cuantos leños y regreso a casa.
Pongo cuidadosamente la madera en la chimenea y enciendo el fuego. Observo como empieza a prender la madera y acerco mis manos al calor para que se templen. Mirando el fuego parece que el mundo vaya más despacio. Quedan lejos el estrés, las prisas y los agobios de la gran ciudad.
Me dejo caer sobre la alfombra y me quedo ahí sentado. Cierro los ojos y dejo que el resto de mis sentidos se empapen de todo lo que me rodea. El silencio, sólo roto por el crepitar del fuego y por la lluvia golpeando en los cristales, el calor, cada vez más intenso, que desprende el hogar, el olor a lumbre y humo, el olor a rancio que desprende la casa, inhabitada por mucho tiempo, el olor a tierra mojada que se cuela desde el exterior, y de repente... ese extraordinario olor, mezcla de tu perfume y de tu propio cuerpo. Y un beso en mi nuca, un beso suave que recorre mi columna de arriba abajo.
Sin abrir los ojos, siento en mi espalda el peso de la manta con la que me acabas de arropar. Noto cómo te acurrucas a mi lado, me rodeas con tu brazo la cintura y apoyas la cabeza en mi hombro. Me llega el olor de tu pelo y aspiro hondo, y luego tu voz, como un susurro:
- ¿En qué pensabas?
- En ti
Y por fin, en mis labios el dulce sabor de tus besos.
- Anda –me dices-, túmbate y apoya tu cabeza en mis piernas. Deja que te mime un poco.
Te hago caso. Me tumbo de costado, mirando hacia la chimenea, con el calor del fuego acariciándome la cara, y tus manos, mi pelo.
Y me dejo mimar…
7 de abril de 2008
LA CASA DEL BOSQUE
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