28 de marzo de 2008

SERÁ MARAVILLOSO VIAJAR HASTA MALLORCA

Eso decía la canción, pero eso sería antes, porque ahora viajar es a veces una auténtica odisea.

Últimamente tengo que viajar por trabajo, y el otro día volví a hacerlo, pero esta vez "estrené" el AVE. Oye, una maravilla, sales del centro, llegas al centro, vas cómodamente sentado en unos amplios asientos, puedes ir con tu portátil trabajando o viendo una peli o lo que te de la gana, y hasta puedes hablar por el móvil si te apetece. Además, las azafatas solo te "molestan" para ofrecerte comida y bebida, y ¡gratis! Estos de momento no se han planteado eliminar la aceituna para reducir costes... Shhh, que no corra la voz.

Pues bien, cuando llegué a mi destino fui consciente de lo cómodo que había sido el viaje... sobre todo si lo comparas con ese fabuloso medio de transporte: el avión.

Recuerdo cuando cogí el avión por primera vez, en mi viaje de 3º de BUP, para ir a Tenerife. ¡Qué emoción, qué ilusión! En los primeros viajes en avión siempre querías ventanilla para poder mirar, aunque fuera de noche y no vieras más que oscuridad, los despegues y los aterrizajes eran un momento emocionante, y cuando la azafata te decía que te abrocharas el cinturón hasta te sentías alguien importante. Luego, te daban una bolsa de cacahuetes y un zumo de tomate y te hacían el más feliz del mundo. No sabías lo que era un finger ni qué demonios era eso de la tarjeta Frequent Traveller, y tampoco entendías ni papa de la parrafada que la sobrecargo soltaba en un inglés que nada tenía que ver con el que te enseñaron en el colegio, pero disfrutabas todo aquello.

Pero con el tiempo, viajas más y más, por trabajo o por placer, y lo que al principio era bonito, luego no lo es tanto.

Tienes que estar con tanta antelación en el aeropuerto que tienes que preparar dos maletas, una para el viaje y otra para la espera en el aeropuerto. Si facturas, tienes que esperar una cola inmensa, que parece que realmente regalen algo, pero no, ahora si metes un par de calzoncillos de más la chica del mostrador te hace pagar un suplemento por exceso de equipaje.

Por fin tienes tu tarjeta de embarque, y piensas que ya está, pero estás muy equivocado... ahora viene lo peor: el control de seguridad. Llegas a la zona donde tienen las bandejas de plástico y empiezas a depositar todos tus objetos. El equipaje de mano, el reloj, las llaves del coche, las de casa, el monedero, la cartera, el cinturón, la americana, el abrigo, el iPod, el libro... y si llevas el portátil, entonces lo tienes que poner en una bandeja aparte, él solo, marginado. Y haces todo esto porque te ayudas de la boca para sujetar la tarjeta de embarque. De esta guisa te dirijes al arco de seguridad, tratas de poner todas tus bandejas en la cinta, pero no puedes porque delante de ti hay una chica a la que le han dicho que se quite las botas y te lo impide. Por fin pones tus cosas en la cinta y te quitas la tarjeta de embarque de la boca y... ¡zas! La banda magnética se te ha pegado a los labios y al tirar te has arrancado de cuajo medio labio. La boca te sabe a sangre, te escuece y notas como el labio se te empieza a poner caliente. Seguro que en un rato te confundirán con Angelina Jolie o Esther Cañadas. Pero no importa, piensas, esto está casi hecho, y avanzas con seguridad hacia el arco mientras piensas "que no pite, que no llevo nada de metal" y... "piiiiiii". Mierda. Un guardia de seguridad que tiene cara de que su mujer le ha mandado dormir en un sofá incómodo las últimas tres noches te dice que te acerques y te empieza a sobar (a falta de contacto con su esposa todo vale, supongo). Te da un repaso de arriba abajo y como no encuentra nada te dice que pases. Buscas tus cosas pero están al final de todo, pues en ese impás han pasado varias personas más que luchan por recuperar sus pertenencias. Mientras recoges todo, ves que le abren el bolso a una señora y sacan una bolsa de plástico que contiene un cuchillo que podría partir en dos el fuselaje del avión, pero la señora con cara inocente dice "es para cortar el chorizo de la merienda".

Finalmente consigues recoger todas tus pertenencias y te has vuelto a poner toda la ropa que te habían hecho quitar, y te diriges a tu puerta de embarque. Allí ya hay una cola inmensa aunque no estén embarcando aun. ¿Por qué la gente hace cola si todos tienen su asiento asignado? Y por fin llegas al mostrador, enseñas tu DNI y tu tarjeta de embarque. La pasan por la maquinita y he ahí otro de los grandes misterios de la humanidad: ¿por qué unas veces te devuelven la parte grande y otras veces la parte pequeña de la tarjeta de embarque? ¿Alguien tiene una respuesta? Bien, por fin avanzas por el finger (eso, si tienes suerte, que si no te toca un viajecito en autobús que por lo que tardas piensas que han aparcado el avión a mitad de camino); y en el finger, más cola para entrar al avión. Avanzas lentamente hasta tu sitio, pues todo el mundo tiene que colocar todo su equipaje en los compartimentos superiores. Tampoco entiendes por qué hay unas medidas máximas para el equipaje de mano si luego la gente lleva lo que le da la gana, pero bueno, ya nada te importa, y aunque aun no has empezado tu viaje, ya solo deseas llegar. Haces hueco como puedes encima de tu asiento para colocar tus cosas mientras notas cómo se te clava en la nuca la mirada del pasajero del otro lado y oyes en tu cerebro su voz diciendo "ten cuidado no me rompas mi frágil maleta Samsonite dura con tus manazas". Y te sientas como puedes en tu sitio, encajando las rodillas contra el asiento de delante, y te abrochas el cinturón, y entonces alguien te pide por favor que le dejes pasar a su asiento, así que resignado, te levantas, le dejas pasar, y vuelves a sentarte como puedes.

Al cabo de un rato que parece eterno, el avión echa a andar. Ves a las azafatas hacer sus aspavientos de siempre para explicar lo que hay que hacer en caso de emergencia y piensas que con las veces que lo has visto podrías hacerlo tú mismo...

Vamos, que lo de viajar en avión sería maravilloso antes, cuando tenía un toque de inhabitual, cuando tenía un cierto romanticismo, pero hoy en día es casi más una molestia que un placer.

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