31 de marzo de 2008

4 AÑOS

Hoy me he levantado pensando, ¿cómo verán el mundo un niño o una niña de cuatro años?

He pensado que me gustaría poner un filtro en el objetivo de mi cámara, mirar a través del visor y ver el mundo como si tuviera cuatro años, verlo como lo vería una personita de solo cuatro años.

Si tuviera cuatro años, mi mami sería la persona más maravillosa del mundo y me querría incondicionalmente, sería la única que sabría hacer todo lo que yo no sé hacer, la única persona a la que trataría de imitar en todo.

Si tuviera cuatro años sería feliz y regalaría sonrisas a las personas que me quieren, simplemente porque me quieren. Ya sabes, esas sonrisas que regalan los niños, que están llenas de amor y de vida, de ilusión, que son sinceras, y que son capaces de mejorar el peor día que uno haya podido tener.

Si tuviera cuatro años, jugaría con mis amiguitos del cole, correría de un lado para otro, mis únicas preocupaciones serían ir al parque cada tarde y volver a ver por enésima vez la última película de Disney, y si me comiera toda la cena mi madre me felicitaría por haberlo hecho, como si aquello fuera un hito realmente difícil de conseguir.

Si tuviera cuatro años me leerían un cuento antes de dormir, y me taparía con unas sábanas de Winnie The Pooh, te daría un beso de buenas noches y te diría "¡Que no te piquen los chinches!" o cualquier otra cosa sin sentido que se le pueda ocurrir a alguien de cuantro años. Y luego llamaría a mi madre para pedirle agua o bibe. O ambas. Y mi madre iría corriendo porque eso hacen las mamás, ¿no?

Si además hoy cumpliera cuatro años me sentiría mayor, muy mayor, porque ayer solo tenía tres, y hoy, ¡cuatro! Me sentiría el rey del mundo, llevaría un pastel al cole y todos me cantarían el "Cumpleaños Feliz" y me pondrían una corona en la cabeza, y los que me quieren me darían muchos regalos.

Sin duda si tuviera cuatro años sería feliz. Hoy me apetece ponerle a la cámara ese filtro y ver el mundo como si tuviera solo cuatro años.

Ah, se me olvidaba. Para todos los renacuajos que hoy cumplan cuatro años, ¡Muchas Felicidades! y... que no os piquen los chinches.

29 de marzo de 2008

COLLYMAN!!!

Hace un tiempo un amigo me enseñó esta creación de Bollywood que recuerda al famoso Thriller de Michael Jackson.



28 de marzo de 2008

SERÁ MARAVILLOSO VIAJAR HASTA MALLORCA

Eso decía la canción, pero eso sería antes, porque ahora viajar es a veces una auténtica odisea.

Últimamente tengo que viajar por trabajo, y el otro día volví a hacerlo, pero esta vez "estrené" el AVE. Oye, una maravilla, sales del centro, llegas al centro, vas cómodamente sentado en unos amplios asientos, puedes ir con tu portátil trabajando o viendo una peli o lo que te de la gana, y hasta puedes hablar por el móvil si te apetece. Además, las azafatas solo te "molestan" para ofrecerte comida y bebida, y ¡gratis! Estos de momento no se han planteado eliminar la aceituna para reducir costes... Shhh, que no corra la voz.

Pues bien, cuando llegué a mi destino fui consciente de lo cómodo que había sido el viaje... sobre todo si lo comparas con ese fabuloso medio de transporte: el avión.

Recuerdo cuando cogí el avión por primera vez, en mi viaje de 3º de BUP, para ir a Tenerife. ¡Qué emoción, qué ilusión! En los primeros viajes en avión siempre querías ventanilla para poder mirar, aunque fuera de noche y no vieras más que oscuridad, los despegues y los aterrizajes eran un momento emocionante, y cuando la azafata te decía que te abrocharas el cinturón hasta te sentías alguien importante. Luego, te daban una bolsa de cacahuetes y un zumo de tomate y te hacían el más feliz del mundo. No sabías lo que era un finger ni qué demonios era eso de la tarjeta Frequent Traveller, y tampoco entendías ni papa de la parrafada que la sobrecargo soltaba en un inglés que nada tenía que ver con el que te enseñaron en el colegio, pero disfrutabas todo aquello.

Pero con el tiempo, viajas más y más, por trabajo o por placer, y lo que al principio era bonito, luego no lo es tanto.

Tienes que estar con tanta antelación en el aeropuerto que tienes que preparar dos maletas, una para el viaje y otra para la espera en el aeropuerto. Si facturas, tienes que esperar una cola inmensa, que parece que realmente regalen algo, pero no, ahora si metes un par de calzoncillos de más la chica del mostrador te hace pagar un suplemento por exceso de equipaje.

Por fin tienes tu tarjeta de embarque, y piensas que ya está, pero estás muy equivocado... ahora viene lo peor: el control de seguridad. Llegas a la zona donde tienen las bandejas de plástico y empiezas a depositar todos tus objetos. El equipaje de mano, el reloj, las llaves del coche, las de casa, el monedero, la cartera, el cinturón, la americana, el abrigo, el iPod, el libro... y si llevas el portátil, entonces lo tienes que poner en una bandeja aparte, él solo, marginado. Y haces todo esto porque te ayudas de la boca para sujetar la tarjeta de embarque. De esta guisa te dirijes al arco de seguridad, tratas de poner todas tus bandejas en la cinta, pero no puedes porque delante de ti hay una chica a la que le han dicho que se quite las botas y te lo impide. Por fin pones tus cosas en la cinta y te quitas la tarjeta de embarque de la boca y... ¡zas! La banda magnética se te ha pegado a los labios y al tirar te has arrancado de cuajo medio labio. La boca te sabe a sangre, te escuece y notas como el labio se te empieza a poner caliente. Seguro que en un rato te confundirán con Angelina Jolie o Esther Cañadas. Pero no importa, piensas, esto está casi hecho, y avanzas con seguridad hacia el arco mientras piensas "que no pite, que no llevo nada de metal" y... "piiiiiii". Mierda. Un guardia de seguridad que tiene cara de que su mujer le ha mandado dormir en un sofá incómodo las últimas tres noches te dice que te acerques y te empieza a sobar (a falta de contacto con su esposa todo vale, supongo). Te da un repaso de arriba abajo y como no encuentra nada te dice que pases. Buscas tus cosas pero están al final de todo, pues en ese impás han pasado varias personas más que luchan por recuperar sus pertenencias. Mientras recoges todo, ves que le abren el bolso a una señora y sacan una bolsa de plástico que contiene un cuchillo que podría partir en dos el fuselaje del avión, pero la señora con cara inocente dice "es para cortar el chorizo de la merienda".

Finalmente consigues recoger todas tus pertenencias y te has vuelto a poner toda la ropa que te habían hecho quitar, y te diriges a tu puerta de embarque. Allí ya hay una cola inmensa aunque no estén embarcando aun. ¿Por qué la gente hace cola si todos tienen su asiento asignado? Y por fin llegas al mostrador, enseñas tu DNI y tu tarjeta de embarque. La pasan por la maquinita y he ahí otro de los grandes misterios de la humanidad: ¿por qué unas veces te devuelven la parte grande y otras veces la parte pequeña de la tarjeta de embarque? ¿Alguien tiene una respuesta? Bien, por fin avanzas por el finger (eso, si tienes suerte, que si no te toca un viajecito en autobús que por lo que tardas piensas que han aparcado el avión a mitad de camino); y en el finger, más cola para entrar al avión. Avanzas lentamente hasta tu sitio, pues todo el mundo tiene que colocar todo su equipaje en los compartimentos superiores. Tampoco entiendes por qué hay unas medidas máximas para el equipaje de mano si luego la gente lleva lo que le da la gana, pero bueno, ya nada te importa, y aunque aun no has empezado tu viaje, ya solo deseas llegar. Haces hueco como puedes encima de tu asiento para colocar tus cosas mientras notas cómo se te clava en la nuca la mirada del pasajero del otro lado y oyes en tu cerebro su voz diciendo "ten cuidado no me rompas mi frágil maleta Samsonite dura con tus manazas". Y te sientas como puedes en tu sitio, encajando las rodillas contra el asiento de delante, y te abrochas el cinturón, y entonces alguien te pide por favor que le dejes pasar a su asiento, así que resignado, te levantas, le dejas pasar, y vuelves a sentarte como puedes.

Al cabo de un rato que parece eterno, el avión echa a andar. Ves a las azafatas hacer sus aspavientos de siempre para explicar lo que hay que hacer en caso de emergencia y piensas que con las veces que lo has visto podrías hacerlo tú mismo...

Vamos, que lo de viajar en avión sería maravilloso antes, cuando tenía un toque de inhabitual, cuando tenía un cierto romanticismo, pero hoy en día es casi más una molestia que un placer.

27 de marzo de 2008

¿ALEATORIO? ¿O NO?

Es curioso. Esto que voy a decir puede que tú también lo hayas pensado en alguna ocasión, o puede que simplemente pienses que estoy loco y estoy desvariando, pero a veces pienso que el aleatorio de canciones del iTunes y del iPod leen mi mente, o mejor dicho, mi estado de ánimo.

La música me acompaña cada día. Por la mañana cuando me despierto enciendo el portátil y pongo música. La escucho por las mañanas mientras desayuno y me visto, la escucho en el iPod cuando voy de camino al trabajo, la suelo escuchar mientras trabajo si lo que estoy haciendo en ese momento me lo permite, en el gimnasio, en el coche, o cuando estoy en casa delante del ordenador haciendo cualquier cosa, o cuando escribo un post, como ahora. Lo cierto es que siempre que puedo, la música me acompaña. Cada día. Siempre me gustó, pero reconozco que desde que puedes llevar un cacharrillo en el bolsillo con toda la música lo hago aún más.

Siempre he pensado que la música es un potenciador emocional. Cuando estás de buen humor, determinadas canciones potencian ese buen humor. Lo mismo pasa cuando estás triste o deprimido, que hay canciones que te ‘tocan’ y te sumen más aun en lo que te preocupa y te hace seguir así.

Rara vez escucho un determinado disco o grupo; la mayoría de las veces pongo directamente el aleatorio de canciones. Y es ahí a donde voy, a que muchas veces siento que el aleatorio de canciones se mete en mi cerebro (o en mi alma, quién sabe) y decide qué canciones debo escuchar en función de mi estado de ánimo, de cómo me siento. Hay veces que nota que estás de buen humor, y entonces te pone las canciones que potencian ese buen humor. Otras veces nota que estás deprimido o triste, pero de alguna forma sabe que lo que necesitas es sacarlo todo, llorar, quizá, y entonces te pone canciones ñoñas o tristonas para que bajes más y más, para que sigas sintiéndote mal, porque eso es lo que necesitas en ese momento, hasta que en algún momento decide que ya está bien de llorar, de sentirse mal, y entonces cambia de tercio y te pone una canción de esas que se te meten en las venas y te llegan a las manos y los pies, y casi te pones a bailar estés donde estés, y aunque tienes los auriculares puestos cantas y te da igual que el de al lado te mire raro pensando que estás loco. Porque en ese momento nada importa, en ese momento vuelves a estar de buen humor y te sientes en lo alto de la montaña rusa.

No sé lo que pensarás tú, pero para mí el aleatorio de canciones es el mejor DJ que he conocido. Siempre escoge las canciones que necesito escuchar. Siempre.

26 de marzo de 2008

SUEÑO

Hace apenas media hora que he vuelto de comer. Llevo un rato intentando pensar en algo sobre lo que escribir… sin embargo, es como si todo se moviera a cámara lenta y como si yo fuera un mero espectador de todo lo que pasa a mi alrededor.

Así es cada tarde, después de comer. Si estás en casa es perfecto, sientes cómo te envuelve ese delicioso sopor, y entonces decides echarte un rato en el sofá, con el run run la tele de fondo y con la típica mantita del Ikea por encima, o quizá mejor, decides irte a la cama y echarte la típica siesta de pijama y orinal, una siesta como Dios manda. Eso sí, en este caso te sueles levantar con un terrible dolor de cabeza que no se te quita ni con una sobredosis de Paracetamol y con un humor de perros que no se te va hasta la mañana siguiente… suponiendo que hayas podido dormir por la noche ya que probablemente la siesta de dos horas o más te ha desvelado y no has hecho más que dar vueltas y más vueltas. Pero que te quiten lo bailao, que no podrás dormir y estás de mala leche, pero la siesta te supo a teta.

Sin embargo existe la posibilidad de que comas fuera de casa y, peor aun, que tengas que trabajar por la tarde. Entonces ese delicioso sopor se torna en insoportable. Vas al baño y te mojas la cara, te pones el iPod con música pachanguera para espabilarte, vas a la máquina de café para estirar las piernas y de paso chutarte con un asqueroso café de máquina que tomarías de forma intravenosa si fuera posible… pero nada de eso surte efecto. Vuelves a tu sitio, y te sientas de nuevo frente al ordenador. Y te quedas mirando la pantalla, en estado de semiinconsciencia. Probablemente podrían darte una pequeña descarga eléctrica que ni siquiera lo notarías. Estás con las manos apoyadas en el teclado, la boca medio abierta (con un poco de suerte no tendrás la babilla resbalándote por la comisura, lo cual te daría muy mala imagen ante tus compañeros), en el monitor hace ya un rato que ha saltado el salvapantallas, pero tú ni siquiera te has dado cuenta de ello.

De repente, algo te sobresalta. Puede que sea la voz de alguien que te habla o tu teléfono sonando, y al cabo de unos segundos (con seguridad más de los necesarios para un cerebro en plena actividad) vuelves de ese lugar maravilloso en el que estabas y como por arte de magia vuelves a ser una persona absolutamente normal. Y todo ese tiempo (obviamente ni siquiera eres capaz de estimarlo) queda como un extraño dejà vú, algo que no sabes si ha pasado o si pasará, si lo has imaginado o fue real, algo que ha podido durar 1 minuto o 20 o vete tú a saber.

Y justo ahora acabo de regresar de ese extraño estado y me doy cuenta de que he escrito cuatro párrafos de algo que seguramente no tenga mucho sentido. Pero ya se han ido el trance y el sopor, el sueño y la inspiración, y solo ante mí una pantalla con mucho trabajo por hacer. Quién sabe si este momento existió o sólo soñé que escribía.